miércoles, 10 de diciembre de 2008

La Inmaculada Concepción.

" Benedícta es tu, Virgo María, a Dómino Deo excélso
prae ómnibus muliéribus super terram"
Bendita tú eres por el Señor Dios excelso,
oh Virgen María, sobre todas las mujeres de la tierra

¡Eres toda bella, oh María, y en ti no hay mancha alguna!.


¿Qué nos dice con esto la Sagrada Liturgia?, ¿Nos quiere acaso insinuar que, a ejemplo de su divino Hijo, fue concebida por obra del Espíritu Santo? No; la Iglesia con estas palabras nos quiere decir que en el momento de su concepción, esto es, cuando su alma se unió a su cuerpo, ella fue preservada de la mancha original.


Según el plan divino, Adan, nuestro primer padre y jefe de la humanidad, debía comunicarnos no sólo la vida del cuerpo, sino también la vida del alma mediante la gracia.

Igual cosa sucede a un padre de familia, dueño de una gran fortuna; la tiene para sí, para su mejer y sus hijos; pero si la malgasta, se empobrece a sí mismo y a todos los suyos.

Con su pecado el primer hombre perdió para sí y para nosotros el capital divino de la gracia santificante.

Venimos, pues, al mundo con la tara del pecado, la cual desaparece el día en que tenemos la dicha de recibir el santo bautismo. En ese instante memorable no hay exageración en decir que de nuevo se abre el cielo, y el Padre celestial repite aquellas palabras tan conocidas: "Este es mi hijo en quien me complazco".

Por los méritos de Jesucristo María santísima fue excenta de pecado original; y al entrar en este mundo resoban a sus oídos estas palabras del Cantar de los Cantares: "Eres toda bella, amiga mía, eres toda bella".

Además, la Trinidad Santísima se complació en otorgarle otros privilegios. Así es como no conoció los embates de la concupisción que azotan al Apóstol de las gentes y lo hacen exclamar: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?.

La virgen santísima dio a luz su Hijo divino sin experimentar el aguijón del dolor. Muere sin agonía, en un éxtasis de amor. Su cuerpo inmaculado está exento de la corrupción del sepulcro: y al tercer día de su glorioso tránsito los ángeles se llevan al cielo a su Reina con su cuerpo y alma.

¿Por qué la Inmaculada Concepción?

Jesucristo, la santidad infinita, al querer hacerse hombre, no debía nacer sino de la Inmaculada. Aquel que encuentra manchas en los espíritus celestiales, aquel que se apacienta entre lirios, convenía que viniera a este mundo de una carne revestida de pureza y de santidad. De otro modo el baldón de la madre recaia sobre el Hijo. Y puedieron evitarlo, ¿Lo permitiría Jesucristo?.

Además, su gloria estaba muy comprometida en esto. El viene a la tierra para destruir el imperio del pecado.

Una tradición dice que el profeta Jeremías, San José, su padre putativo, y San Juan Bautista fueron santificados en el seno materno; sin duda por la misión especial que iban a desempeñar.

En cuanto a nosotros se nos borra el pecado original cuando corre sobre nuestra frente el agua bautismal. Pero, hay un momento en nuestra existencia en que todos somos esclavos del enemigo de nuestra alma; ese momento es el de la concepción. Pero ese momento de tanta gloria para Satanás se le convirtió en la derrota más sonada, cuando santa Ana concibió la Llena de gracia.

Con el correr de los años María iba a ser madre de Jesús. Jesús es su Dios desde la eternidad; la ama con amor divino; y este amor es eficaz y todopoderoso. Luego, amando a madre con un amor infinito y pudiendo hacerla inmaculada ¿No la habría hecho? ¡imposible!.

Antes de ser de fe el dogma de la Inmaculada Concepción, un adagio teológico decía: decuit, potuit, decif. La Inmaculada Concepción era conveniente, Dios podía hacerla, Dios la ha hecho.

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