miércoles, 26 de noviembre de 2008

NUESTRO ESCUDO.

Los tiempos que se nos esperan son espantosos.

Los hombres más eminentes que el mundo corre a una ruina general, universal, a un ruina cierta. El mismo Jesús lo ha dicho a una de sus fieles siervas, Benigna Consolata: "El mundo corre hacia el precipicio...".
Las almas piadosas se conmueven. Se hace rezar a los niños, pues la oración de la inocencia atraviesa las nubes. Se reza con fervor a la Santisima Virgen; ¿acaso la Madre de Dios no es la omnipotencia suplicante?

Hay otro medio muy eficaz para apalcar la cólera divina. Ofrezcamonos, como reparación al Padre Celestial, justamene irritado, ofrezcamosle su Hijo Divino.
Nuestro Señor decia a la misma religiosa (muerta en 1916, en olor de santidad): "Yo soy un tesoro infinito, puesto por mi Padre a disposición de todos, y mis creaturas no me aceptan; ellas rechazan el tesoro, con gran perjuicio para sus almas; lo comprenderan bien en la eternidad".

Tenemos la Santa Misa. Con ella todo lo podemos. No digamos: "me falta el tiempo". En cierta parroquia de Francia sólo diez personas iban a Misa durante la semana. La bocina de la movilización hizo milagros. Todos los dias se llenaba la Iglesia. Parecia un domingo cotidiano. Pero la guerra se prolongo y la indeferencia volvió.
Casi en todas partes se pudo observar el mismo hecho, lo que prueba la asistencia a la Misa es siempre posible cuando se quiere.
Unámonos con la intención a todas las Misas que se celebran en el mundo entero. Digamos todas las mañanas:

"Dios mío, os ofrezco, por las manos inmacualdas de Maria y en el amor del Espíritu Santo, en unión con el divino sacerdote Jesús, todas las Misas que se celebran en la tierra, para adoraros, alabaros, amaros, glorificaros; para reparar los pecados del mundo y agradecer vuestros beneficios; para obtener el triunfo de la Santa Iglesia, la salvación de nuestra querida patria y del mundo entero".


Renovemos esta ofrenda en la oración de la noche por las Misas que se dirán en otros hemisferios mientras dormimos.

Si en todos los países millares de almas hiciesen con fervor, dos veces al dia esta ofrenda inapreciable ¿como podría Dios resistir a ella?.

Un célebre navegante estando a punto de naufragar, tomo a un niñito y levantándolo hacia el cielo exclamó: "Señor, si nuestros pecados no merecen compasión, tenedla a lo menos de este chico inocente". Y la tempestad se calmó, y el buque llegó a buen puerto.

Si la vista de un niño conmovió el Corazón de Dios, ¿que no se conseguirá con el ofrecimiento incesante de su Divino Hijo? enseñad, este ofrecimiento en todas partes: en las escuelas, en los conventos, en los talleres, en las familias, en las parroquias.

De todas partes se eleva la adorable víctima; de todas partes deberá tambien subir hacia Dios el clamor universal: "¡Perdón, compasión, en nombre de Jesús vuestro Hijo, nuestro Hermano! ¡Os lo ofrecemos como un rescate superabundante! Hemos pecado; pero he aquí el Cordero que borra los pecados del mundo...!".

Con Jesús y por María podemos conjurar los terribles castigos que se preparan.

Pero es menester que la preciosa afrenda se generalice, que se eleve de todas partes: de las ciudades y campos, de las parroquias y de los conventos, de las chozas y de los palacios.








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